viernes, 16 de mayo de 2008

La biblioteca de Babilonia

En La Biblioteca de Babilonia, Borges concibe un universo-biblioteca configurado por salas hexagonales, figuras geométricas que se proyectan a lo infinito. En torno a esta proyección de lo hexagonal, palpitan una red de relaciones entre el relato borgeano y el pensar matemático. El relato, ejecutado por un narrador anónimo, comienza afirmando que El universo se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales. El narrador anónimo de La biblioteca de Babilonia confiesa haber peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos , y que espera pronto la muerte. Después dice que la Biblioteca es interminable y, tras esbozar una teoría circular de los místicos, da cuenta del número de libros, páginas, renglones y letras que hay en cada galería. En las letras del dorso de los libros y en las de las páginas hay inconexiones. El narrador, antes de exponer su solución a estos enigmas, indica que deben recordarse dos axiomas. El primero de ellos declara que la Biblioteca existe ab aeterno, de lo que se infiere la eternidad futura del mundo y que ella sólo puede ser obra de un dios. El segundo, que el número de símbolos es veinticinco. Los conforman la coma, el punto, el espacio y las veintidós letras del alfabeto. De este axioma surge la teoría general de la Biblioteca, esto es, la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Libros plagados de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De aquí se infiere que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos. La proclamación de esta teoría de la Biblioteca total justificaba al universo y, en consecuencia, a cada individuo. Se esperó encontrar, además, el origen de la Biblioteca y del tiempo. Pero las posibilidades de hallar las respuestas eran remotas y, entonces, a la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. Algunos sugirieron cesar las búsquedas y construir, azarosamente, esos libros canónicos. Otros creyeron que debían eliminarse las obras inútiles y procedieron a invadir las galerías y quemar los libros. El narrador expone luego una superstición: En algún anaquel de algún hexágono debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios.



Alex Pesántez

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